29.5.08

Hijo de la vergüenza (II)


Soy un desastre, lo siento, estaba contando lo de mi padre. Si se preguntan que quién fue mi padre, entonces no sabré dar una respuesta 100% convincente. Yo quiero creer que fue un atleta que le gustó a mi madre y la volvió loca allí tan lejos en Nueva York, y ni siquiera sus valores cristianos pudieron impedir que pasara lo que pasó, pero esos mismos valores supusieron a su vez que mi madre se inventara la excusa del negro del Bronx. La otra posibilidad me gusta menos porque es más dura, y es que a mi madre de verdad la violaron y le daba tanto miedo (porque la amenazaron o algo así) decir la verdad o recordar lo sucedido que acabó agarrándose a lo fácil, y de gestos como ése nació el maldito 80%. A mí es que me encantan los datos, no sé de otra cosa, pero de datos sé la hostia. Luego no tengo ni idea de historia ni del mundo que me rodea, pero me gusta dar cifras porque verifican lo que digo. Casi siempre encuentro un dato que dar, tiro de la Wikipedia para saberlos, y hay veces en las que los invento, pero lo hago de manera que parezcan lo más reales posibles. Ya es problema del que lea averiguar si es cierto o no, aunque a la mayoría de la gente esto se la suda.

Ahora que caigo en lo de mi padre (el biológico, claro) hay otra explicación aunque tiene menos credibilidad que la otra. Yo me la creo porque yo me la explico. Suelo tener desde bastante pequeño un sueño que, si no es la explicación, ya me dirán ustedes. Lo primero que se ve es una pared con unas letras amarillas muy grandes sobre un fondo rojo, aunque luego resulta que en vez de una pared es un cartel, y las letras son HC. Todo eso lo entiendo yo en español aunque sé que el mensaje subliminal que manda mi cerebro viene en inglés, pero es que yo en sueños soy capaz hasta de traducir sin darme cuenta, todo un mérito, y las HC son de Halterofilia Cristiana. Luego sale mi madre con 20 años, que estaba más o menos igual que ahora pero sin arrugas y más delgada. Llevaba la equipación con el número 7 en medio del pecho. A su lado había otro muchacho con el uniforme de otro color, algo más alto de espaldas y bastante cuadrado, con el pelo castaño a tazón sobre la cara. Estaban solos en la oscuridad, sobre el parquet, y los vi minúsculos y ridículos en medio de la pista. Bueno, siempre me lo parecen, pero luego se quitan las camisetas y a mí me da un escalofrío del frío y dejo de mirar, porque aunque puede que yo casi estuviera ahí eso no me da derecho a seguir mirando, así que me cierro en banda y me despierto en la cama con el pecho subiendo y bajando a galope y un algo en la garganta como si hubiera presenciado algo muy importante. No me importa que sea un sueño, y para que vean lo importante que es ese sueño les diré que nunca se lo he contado a nadie, y que si ahora lo cuento es porque no creo que nadie vaya a venir a buscarme a este sitio perdido de la mano de Dios.

Creo que la única historia importante o que vale la pena contar es la de cómo he llegado aquí, porque mi vida siempre ha sido un poco más de lo mismo, aunque también es verdad que he conocido a un montón de gente interesante como poca. Todos estos me han afectado más o menos, pero la que se lleva la palma es mi madre. Y es que eso de que te guarden rencor, que no odio, que ni siquiera te llamen vergüenza pero que te miren con esos ojos que lo dicen todo, como si en los genes mi madre se hubiera dejado la culpa para pasármela a mí, todo eso te marca y te hace como eres, y si yo siempre he sido callado y serio es porque me sentía culpable cuando abría la boca de oreja a oreja. Y ya sería raro que la culpa se heredara como el color de los ojos o los lunares o la homosexualidad, que dicen que el 50% de los factores son genéticos y el otro, del entorno. Si lo de la culpa es verdad, entonces se explica lo de crecer con el gesto torcido y mi espíritu inquebrantable, porque en momentos en que me sentía tan desafortunado y culpable también me decía algo simple. Pensaba en todas esas células concebidas en un gimnasio, el servicio de un avión, una acera del Bronx o las sábanas sucias de un hotel de carretera que nunca fueron más allá porque alguien decidió cortar por lo sano. Y al fin y al cabo sólo hay una cosa importante, que al menos estoy vivo.

2 comentarios:

SOMMER dijo...

La segunda parte es todavía mejor que la primera.
Espero la tercera.

Abrazos

Mj dijo...

Al leer lo de Halterofilia Cristiana, me ha venido a la cabeza la peli de Karate a Muerte en Torremolinos. Es una frikada de película, pero sabrás encontrar la relación.
Sigue así :)